
Me sé estas piedras de memoria. Llevo ocho años pateándomelo de arriba abajo y, cuando recibo visitas, pago la entrada religiosamente, la mía y la de mis amigos, y lo muestro como si lo hubiera construido yo.
El Festival de Mérida transcurre siempre muy rápido, pero casi no te deja tiempo para nada más. El verano es la época en que la dieta se abandona (después de los estrenos hay comida, antes de los estrenos hay comida, en medio de los estrenos hay comida, en todas partes hay comida), el único ejercicio consiste en subir las gradas hasta la mesa de sonido y el ánimo oscila entre las ganas de que lleguen ya las vacaciones para poder cocinar, retomar la elíptica, centrarse, y las pocas ganas de que todo esto acabe.
Durante un Festival, Eusebio Poncela me llamó gamberra, descubrí que la danza es hablar con el cuerpo, vi una ópera entera por primera vez, hice muchas entrevistas íntimas, me enamoré de Emma Suárez, hablé de Howard Zinn con Calixto Bieito y el marido de Alicia Hermida me dejó un cómic que tenía en la mochila. Durante un Festival, Tomaz Pandur habló de qué significa que una patria ya no exista; pensé en todas las mujeres que he sido, hablé mucho de amor (de amor a Shakespeare, de amor a la escena, del amor a la palabra escrita y a la palabra dicha), corregí un libro inmenso, escuché a la Xirgu y comprendí, por fin, a Medea. No es fácil entender a Medea.
Amo ese lugar. Amo ese lugar como he amado pocos sitios en mi vida.
Y esta es la razón por la que este blog, durante los veranos, se actualiza cuando se puede…
Ay, Mérida, Mérida… no hago más que salir del teatro y ya lo estoy echando de menos. ¡Y ahora tenemos que sumarle Medellín, que lo tengo más cerquita 🙂 yo no voy a dar abasto a este paso!
Yo quiero que acabe este desenfreno de saltarse la dieta ya, eh???
Pero amo el Festival… Y luego lo echo de menos todo el año.
Es bonito tu amor por este festival 🙂
🙂 Esa es mi sonrisa grande cuando te leo.
[…] por cosas externas al propio Festival y por el calor inaguantable, sigo diciendo lo mismo que hace un par de años: Amo ese lugar como amo pocas cosas en mi […]
[…] El Festival implica muchas cosas, o ha implicado muchas cosas en mi vida. Entre ellas, contemos las malas, muchas noches maldurmiendo y mucho atracón. Mucho. Y cenas con los compañeros de la prensa y, aunque hubiera cenado antes, ataque al pan blanco que hay sobre la mesa mientras ellos se piden una tapa y ataque al catering y a los dulces del catering y no planificar comidas y no tener nada preparado e ir al supermercado a comprar lo primero que pillas, sin ración de verduras alguna, pero con mucho hidrato y muchos refrescos y varios kilos de más y volver en septiembre a plantearse una pauta porque, total, en invierno se sale menos, pero en septiembre y octubre te vas de vacaciones y así un año tras otro tras otro. De los 82 nunca he bajado: parece que tengo un trauma con los 82 kilos. Llego a ellos (no, no he llegado: ojalá) y de pronto subo y subo. No es “de pronto”: es que hay un par de máquinas de vending en mi trabajo y dos de Coca-Colas y un par de hipermercados al lado. Y mucho estrés y mucho comer en cinco minutos una cantidad ingente de calorías, sodio y grasas. […]
[…] Se ha acabado el Festival de Mérida. Se ha acabado para mí, porque Tito Andronico, de William Shakespeare, dirigido por Antonio C. Guijosa, adaptado por Nando López, va a estar hasta este domingo, 25 de agosto, en el teatro romano de Mérida. Ya he hablado muchas veces de la paliza que supone el Festival. […]