Ororo llegó hace un mes. Apareció en mi casa el 19 de octubre, por la mañana, con un transportín, un repelente de gatos del que ella pasa mucho y unas jarapas. Estaba destetada y su madre no la quería. Le bufó en cuanto la vio. Yo me enamoré. Hay veces que ocurre. Me había pasado meses mirando las páginas de Adana y Cristicats y pensando: «algún día». La semana anterior, mi amiga Lourdes me había dicho: «necesitas un gato» y yo le respondí: «aún no». Y de pronto.
«Qué pacienciaaaaaa», me escribió Claudia.
Hubo tres días en los que pensé: no voy a poder. No, creo que fueron dos. Como los padres, supongo, cuando tienen un niño y de pronto se encuentran con otro ser vivo y dependiente viviendo en su casa. Tengo las piernas destrozadas, llenas de postillas (y de pelos, porque no hay quien se depile con tanta herida, claro). Me despierta a las dos de la mañana y a las cuatro para enroscarse en mi cuello y lamerme. Según le dé también se pone a saltar encima de mi cara o me da con la pata en la nariz porque quiere levantarse y jugar. Tú te levantas a esas horas intempestivas, como si llegaras de after, te echas un café porque ya tienes una edad, mientras la gata está correteando por toda la casa… Coges los juguetes de la gata, unas cañas lo suficientemente largas como para tomarte el café con una mano y con la otra ir tirándole la caña para que la pesque… y llega ella y se sienta en tu regazo para dormirse otra vez. La muy puta.
Porque Ororo es un bebé. Y los bebés tienen estas cosas. Y además es un gato. Y los gatos son nocturnos. Ya está. Cazan por la noche. En casa no hay nada que cazar, a no ser una mosca que se cuele por la ventana, pero ella quiere cazar igual.
Creo que llevaba cinco días conmigo cuando se dislocó una pata. Antiinflamatorio y al canto. Yo tenía que dormir en Cáceres esa noche y estuve acordándome de ella todo el tiempo. Álvaro Pons (mi vida sería mucho menos divertida y estimulante sin este señor) saludó el evento con un «Veterinario. Bienvenida». Ni idea de cómo se lo hizo. Supongo que saltando. De vez en cuando le da por cambiar la cara, transformarse en Mr Hyde, andar de lado con la cola gorda y saltar por todas partes. Un día me mordió un ojo. No lo ha vuelto a hacer. Y fue un día en el que yo estaba hecha una braga: quizá influyó, quizá no.
p’0.- Esto lo acaba de escribir ella misma en el ordenador. Tiene tres meses de edad. De aquí a nada me hace rica.
Le puse el nombre del primer personaje que me enseñó cómo alguien se puede romper en todos los pedazos del mundo. Luego he tenido que ir explicando quién es Ororo Munroe y que Ororo es nombre de mujer.
A mí me habían dicho muchas cosas sobre los gatos. La mayoría, inciertas. Supongo. Al menos, Ororo no es así ahora. Arañan cuando menos te lo esperas, me habían dicho. Ororo no le ha arañado nunca a nadie. Ni siquiera cuando la han pinchado. Si está asustada, en el veterinario, por ejemplo, me trepa al hombro y se acurruca allí. Cuando ha querido escaparse de mí porque le estaba dando un jarabe antiparasitario, ha guardado las garras siempre. Si quiere jugar con mi mano (no, no controlaba la intensidad de las mordidas: ahora sí. No juego con las manos con Ororo, no se debe jugar con las manos porque el gato aprende que tu cuerpo se puede morder. Pero ella considera mis manos un juguete, que es distinto), me las abraza con las patas, sin sacar las uñas. Pero trepa. Trepa por mi cuerpo: he planchado con ella en mi hombro, he fregado la loza con ella en mi hombro y no he cocinado con ella en mi hombro porque temo que se caiga en la cazuela de la harira.
Son impredecibles y traicioneros, decían también. Ororo duerme por la mañana, a las siete de la tarde quiere jugar como si lo fueran a prohibir y en algún punto entre las cuatro y las seis de la madrugada, va a querer darte amor. Exfoliadita, me tiene. Va empujándome la cabeza para llegar a todas partes, me amasa la carne, apresa un trozo de mi cuello con los dientes y se queda así horas. A las nueve de la noche estoy que me caigo y no me entero de la mitad de los argumentos de las películas porque de vez en cuando quiere jugar. Tardo horas en actualizar el blog. Horas. Me paso el día leyendo artículos sobre comportamiento felino.
Son independientes. Supongo que el carácter le irá cambiando cuando cumpla un año o año y pico, dentro de muchos meses, pero ahora maúlla como si la estuvieran matando en cuanto desaparezco diez minutos.
Y, ¿saben qué? No me importa. No me importa no dormir, tener que ver una película a trompicones o levantarme tres veces a calentar el café o que quiera meter el morro en cualquier plato de comida. Tampoco me importa haber quitado los adornos de la mesita del salón («si tienes animales en casa, no puedes tener una casa de revista«, le leí a María Victoria Bonnin) ni tener una caja de la Crock Pot en medio, ni haber tenido que subir a la estantería el disco duro del ordenador ni estar pendiente de limpiarle el arenero dos o tres veces al día o de cambiarle el agua o procurar que los comederos estén llenos o acordarme de la comida húmeda o de las fechas en las que tiene que ver a Manolo o que le dé por sentarse encima de mis libros de poesía.
Y yo, sépanlo también, no tengo paciencia. Si algo tarda dos minutos más de lo preciso, se me abren las aletas de la nariz, me irrito y me estreso.
Es decir, soy la candidata menos apropiada para adoptar un gato pequeño: no tengo paciencia, no tengo ni idea de gatos y la primera vez que se le hinchó la cola y se puso a brincar por todas partes, me di un susto terrible. De hecho, todavía no comprendo sus maullidos. Pero soy responsable y eso implica, también, que respeto las necesidades de otro ser vivo. Es decir, yo tenía muy claro que la gata iba a vivir conmigo. No es mío, los seres vivos no son de nadie, así que lo acaricio cuando ella quiere, juego cuando ella quiere y le mimo cuando ella quiere, aunque sean las dos de la mañana. De hecho, creo que ella, en vez de Ororo, piensa que se llama «mi amor» o «mi bebé». Y, como me explicó Logan, que es el gato de Marc y Noemí, ella manda. Logan también me dijo que aprendería a bailar por la casa. A andar arrastrando los pies o levantando mucho las puntas.
Sí: me despierta a las tantas de la mañana, tengo las piernas llenitas de postillas, se sube encima de mis cestas de maquillaje, tengo las cortinas hechas un higo para que no trepe por ellas y me paso el día colocando jarapas. Pero adoptar a Ororo es una de las mejores cosas que he hecho en mi vida.
No puedo explicar por qué. Pero lo mismo me pasa con los libros y las películas que me gustan, así que no me importa mucho. Me alucina y me asombra, y me sigue asombrando cada día más, la relación tan curiosa que se puede crear entre dos seres de distinta especie. Me gusta verla cazar. Me gusta sentarme en el sofá a ver una película y tener que subir el volumen porque se enrosca en mi cuello para ronronear y lamerme. Me gusta verla tumbada al sol en mi sillón. Me gusta cómo tarda minutos en observar la trayectoria de una pluma pegada a una caña para ver cuándo la puede apresar. Me gusta que me trepe cuando llego a casa o que maúlle para que la coja y lamerme. Me gusta que me abrace la mano con las dos patas delanteras. Me gusta que me amase el cuello. Y que se ponga delante de la tele, sentada, a observar a la gente que aparece por allí. A veces me apresa la cara con las dos patas delanteras y me da un mordisquito: en el lenguaje de los gatos, eso es un beso. Y yo me muero de amor y me la quiero comer. Me divierte que intente cazar mis bolígrafos cuando escribo a mano. Y no se me olvida una frase que me dijo Pons: «Un gato es un cómplice».
Muchas organizaciones ofrecen gatos para adoptar, con contrato de adopción, y la posibilidad de colaborar monetariamente o como cada uno pueda (a veces se necesitan más manos que dinero). Solo se precisa una persona responsable. Que se ocupe de los gastos veterinarios, de la comida y de jugar. Si no tiene tiempo, mejor que adopte dos gatos.
Yo me lo estoy pensando, porque me da pena que esté sola.
En Extremadura hay varias personas que tienen gatos de acogida. Y digo personas porque generalmente trabajan solas intentando controlar a las colonias callejeras, esterilizando animales y sin llegar nunca a fin de mes. Una de ellas es Agus, de Ancat, que está en Badajoz, donde también opera Adana. En Navalmoral de la Mata está Cristina.
En Málaga, está Málaga Felina.
En mi casa, Ororo juega con una pelota de papel y la quiere poner encima de mis zapatillas.
Muy bonito, todo lo que dices.
Me parece muy buena idea lo de tener otro gatito en casa. Creo que le puede ser necesario a Ororo.
Comparto completamente tu fascinación por el comportamiento de los gatos. Siempre me ha hecho mucha risa ver cuán «cazadores» se creen delante de una plumita atada a un palo o de una pelota, pero a la vez cuán «gallinas» son cuando aparece una paloma en el balcón.
Cuando se habla de gatos (o de cualquier otro animal que se pueda tener en casa) me gusta que se recuerde que curan, que son sanadores. A mi Joplin me ha curado muchos malos días, que es lo que saben hacer los que te quieren (como Noemí, que lleva curándome toda la vida). Y te curan con una de esas caricias que otras veces parece que vienen a destiempo (¿hay caricias a destiempo?) pero que esta vez llegan justo a tiempo, en perfecta sincronía con tu dolor.
Una de las cosas que más pena me da de vivir con mis gatos, ¿sabes cuál es? Una que mencionas en tu escrito: la interpretación de los maullidos. Me duele mucho pensar que no nos entendemos del todo. Que a veces quieren algo que yo no les doy porque no interpreto que les hace falta. Que a veces les riño y que sé que no me entienden y que quizás están pensando que soy malo con ellos.
En todo caso, espero que me pase como a los dos personajes de la pel·lícula Ghost Dog, que pese a que hablan idiomas diferentes se consideran los mejores amigos respectivos y, en realidad, se acaban entendiendo no se sabe muy bien cómo (http://youtu.be/haR4h5DbcXs?t=6m28s)
Yo también creo que le puede ser beneficioso. Porque así no está solita. Pasa mucho tiempo solita, o a mí me parece que es mucho. Por ejemplo, ayer me fui a las doce y media de la mañana y regresé a las diez de la noche (fui a ver a mi mejor amiga y luego a un concierto). Hoy ya me incorporo a trabajar y estoy fuera cuatro horas. Regreso a casa y tengo doblete desde las siete hasta las doce de la noche porque es el Festival de Cine Inédito. Y así. Siempre hay planes, o hay inglés, o tengo que trabajar y Ororo, cachorrito como es, demanda mucha atención, porque aprovecha para dormir cuando yo no estoy (lo sé porque cuando aparezco por casa viene estirándose y desperezándose y bostezando).
A veces maúlla mucho y es verdad que me frustro porque no la entiendo. Por ejemplo, por las mañanas. Me mira, se sienta y maúlla mientras yo hago el café. Otras veces (como ayer, que estuve mucho rato fuera de casa) maúlla mucho más. El fin de semana que me largué y la dejé sola dos días, fue horroroso, pobrecita. No paraba de maullar. Y a mí todos los maullidos me parecen de pena y no sé qué me quiere decir, sobre todo desde que leí que no les maúllan a otros gatos, solo a los humanos para comunicarse con nosotros…
Este fin de semana ha sido difícil y Ororo ha estado mimándome (y dándome por culo también, que ayer se me lanzó a la cara porque quería jugar). Sí que sanan, sí. Porque cuando juego con ella, el resto del mundo se me olvida. Y cuando se pone tierna y me coge la cara con las manos para acercarla a su hocico y darme un beso, yo me derrito y no existe nada más. Llego a casa muy contenta porque la voy a ver. Y entro en casa con mucha alegría. Antes de Ororo, entrar en casa se parecía a… no se parecía a nada. Yo abría la puerta y ya. Después de Ororo estoy deseando entrar en casa y oler su olor y que me venga a decir hola…
Me ha encantado, describes muy bien los comportamientos y los sentimientos por los gatos. Me sentido identificada en lo que cuentas, y eso que yo he convivido con gatos desde bien pequeña.
Dicen que son independientes… los míos no se despegan de mi, ya ves. Los maullidos se llegan a interpretar, no te preocupes. Aunque es verdad que a veces una desearía que hablaran, sobre todo si crees que están malitos o les pasa algo. Respecto a las temidas uñas, nunca las sacan a excepción de que se asusten, pero sin querer a veces te pueden hacer un pelín de daño. Yo les corto un poco las puntas con un cortauñas. Lo justo para que lo las claven en mi barriga cuando se acuestan sobre mí y no me enganchen toda la ropa. Se dejan sin problema si les acostumbras, y en un piso tampoco necesitan trepar mucho.
Te animo a tener otro, sin duda. La adaptación a veces cuesta un poco, pero se consigue, de hecho los míos se adoraban a las 24h de conocerse.
Os deseo lo mejor, y me alegro de que Ororo haya dado contigo, menuda suerte tiene. Un abrazo y muchos marramiaus.
Yo nunca había convivido con gatos. Y me estoy haciendo todavía a ella, porque a veces no entiendo sus comportamientos… 🙂
También les corto las uñas de las patas delanteras con un cortauñas (por cierto, malísimo, tengo que comprar otro porque las astilla todas). Pero, aunque se las corte, sigue teniendo uñas… y mi gata trepa por mi cuerpo. Y, cuando trepa, se agarra con las uñas. Me tiene destrozada. Pero, fuera del grito que pego de vez en cuando, no me importa. Me importa más que crea que mis manos son un juguete y me las quiera destrozar, pero supongo que poco a poco irá aprendiendo que las manos no se muerden… y los pies tampoco. Por ahora, va ganando ella, también te lo digo.
Sí, hay que tener mucha paciencia con un cachorro… Aquí la tengo, haciendo ruidos extraños… Pero yo la dejo jugando con un celofán, que me tengo que ir a trabajar… 🙂
Disfruta de esos juegos, aunque a veces hacen daño y se ponen muy locos, que enseguida se hacen mayores!!!! Siguen haciendo monerías, por supuesto, pero llegas a echar de menos sus travesuras de cachorros. Bienvenida al mundo gatuno… creo que Ororo ha tenido mucha suerte, alguien que describe una relación así con su gatita tiene que ser por fuerza una estupenda dueña de gatos (aunque no hayas tenido ninguno antes). Y ya verás, los dueños son ellos, jejeje). Por los maullidos no te agobies, mi gato mayor también es un charlatán, y de pequeño ni te cuento… Y el peque de vez en cuando se pasea por toda la casa con maullidos de lamento… Lo llamo, viene, le doy unos mimos y se le pasa 🙂
Yo creo que ella también es habladora. No para de maullarme cuando llego, de muchas maneras distintas. Si la cojo y la pongo en mi cuello, se le pasa. Si va al suelo (aunque ella quiera) otra vez vuelve a maullar. Me mira muy fijamente y me maúlla…
Que preciosidad!!! Disfrutala 😉
Es muy bonita, la verdad. Debe de serlo, porque todo el mundo me lo dice…
Te animo a que tengas mínimo dos. Serán grandes compañeros, y recibirás el doble de vidilla y cariño. Los míos para mí son parte de mi familia 🙂
Yo creo que puede ser beneficioso… sobre todo para que no se quede sola… y me deje vivir a mí. 😛
La última foto es ¡geniaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaal!
Es complicadísimo hacerle una foto. Se acerca a la cámara todo el rato y no hay manera!
Bienvenida a este mundo, te será difícil salir de él 🙂 Nosotros tenemos también una gatita adoptada de Adana, que vive con mis padres pero toda la familia considera propia (a veces duerme conmigo cuando me quedo allí). Se parece mucho a Ororo y cuando llegó era un desastre, tenía una pata rota, estaba muerta de miedo y se pasaba el día escondida detrás de los sillones. Pero pronto cogió confianza y no tardó en hacerse imprescindible, todo lo que cuentas suena muy familiar.
Me alegra que la tengas, es una buena noticia: te dará muchos ratos buenos y muchas sonrisas, y te arreglará más de un día gris. (A cambio, te pedirá atención en los momentos más inoportunos… espero que no le coja tanto amor al teclado del ordenador como la mía o acabarás escribiendo cosas muy raras, jajaja)
Un beso
Me da mucha pena, la verdad. Yo no me he encontrado ninguno por la calle, pero supongo que me lo llevaría a casa. Si el gato de mi vecino apareció en mi terraza y al final entró (después de cinco minutos de indecisión y desconfianza).
Amor al teclado ya tiene. La gata hace lo que quiere y no tengo ni la más repajolera idea de cómo educarla. Cien veces se sube a la mesa, cien veces la bajo. Y así.
Ororo, que cosita más preciosa. Y preciosas las fotos, también.
Entiendo mucho de lo que dices. Son misterioros y a veces impredecibles. Y se hacen querer hasta un punto que no podías imaginarte antes de tener uno, sobre todo un diablillo de esa edad, tan apegado a tí. No hace tanto que mi Pizqui, con sus tres colores y su rabito retorcido, se me subió en un pie y me pidió auxilio con unos maulliditos de gatito pequeño. Que enfermita estaba y que bichín se volvió en cuanto se recuperó. Y luego vino el Rufi. Igual, enfermito, muerto de hambre y pidiendo socorro. Eso fue el año pasado. Dos gatitos de dos camadas de una gata callejera y semisalvaje a la que damos de comer en el pueblo. Y hoy no entiendo mi vida sin ellos. Ella está en el pueblo, entrando y saliedo de casa cuando quiere y cazando de verdad a veces. Él está en Madrid, conmigo, ahora acompañado por un hijo de mi Pizqui, Spot. Dos gatos dan el mismo trabajo que uno solo y cuando estás fuera de casa se hacen compañía entre ellos. Eso sí, si se ponen en plan bichín vete preparando más café, jejeje.
Felicidades por tu Ororo, es preciosa y está en una edad que te volverá loca y hará que se te caiga la baba por ella por igual. Es un tiempo muy bonito.
Un saludo.
A mí mucho trabajo no me da, salvo cambiarle el agua, llevarla al veterinario, jugar con ella y esperar mucho tiempo para dormir porque me está lamiendo el cuello hora y pico. O quiere jugar. Supongo que con dos, se harán más caso entre ellos que a mí, que a veces es que no me deja ni andar por la casa, porque se me enreda en los pies. Yo no sé si es que todos los gatos son así o es que Ororo, como es bebé, es muy dependiente. Cuando me pongo el abrigo, se me sube y maúlla mucho. Supongo que asocia abrigo a «mamá se va».
Es una preciosidad! Me recuerda a mi gato cuando tenía su edad, o un poquito más. Y comprendo taaanto todas las experiencias que cuentas con ella :). Nuestro gato nos ganó él solo, se autoadoptó colándose en la casa del campo y al final nos lo llevamos al piso en Murcia, donde se adaptó enseguida. Eso sí, en verano lo pasa genial volviendo a la vida campestre :).
A la hora de jugar muerde sin apretar y cuando araña lo hace también con cuidado, si es que son un amor :).
Leí en un libro que para cuidar un gato lo primero que hay que asumir es que no es nuestra mascota, más bien ellos nos consideran a nosotros sus mascotas ;).
Que disfrutes mucho con ella!
Un abrazo
Hoy he estado pensando mucho en esto mientras se me enredaba en los pies y quería cazarme las zapatillas… Creo que me ve como un juguete que se mueve o algo…
una amiga me compartío esta entrada y me ha encantado, me siento tan identificada con tus palabras, te animo a tener otra, así seharán compañía una a la otra, yo tengo dos madre e hija, más no, porque no puedo… pero valoro tanto a esas asociaciones y personas que colaboran desinteresadamente por cuidar de tant@s animales amoros@s. un abrazo y que seais felicez
Yo también. No sé cómo lo hacen, la verdad, porque no tienen mucho apoyo. Pero sí, dos mejor que uno. 🙂
[…] Ororo llevaba dos meses justos en casa cuando la destronaron. Llegaron Brea, una gata negra de su edad acostumbrada a estar con gatos y que solo quiere jugar (pero Ororo solo quiere bufarle y gruñirle) y Coyote, un gatazo impresionantemente grande (para lo que yo estoy acostumbrada a ver, que es un cachorro), de siete años de edad, que se pone tenso cuando se bufan. Cuando Ororo bufa: Brea maúlla lastimeramente. Creo que no la entiende, pobrecita. […]
enhorabuena! vas a aprender mucho de ellos, son seres sobrenaturales e… indisciplinados por naturaleza jeje. de hecho, nunca se han llegado a «domesticar» aunque cohabiten con nosotros.
No sé si está domesticada. Creo que no, porque hace lo que le da la gana. Pero me cuida mucho, esta gata. Me lame el cuello, me da con la cabeza para que la acaricie. Me quiere con locura.
[…] han ordenado hacer ejercicio». Así que me monté en la elíptica que tengo en mi casa y que usa Ororo mucho más que […]