¿Quieres comer bien? Enciende los fogones

Si quieres comer bien, tienes que cocinar. Es que no hay más. Sí, posiblemente mis nutricionistas de cabecera (Lucía, de Nutrición Palma y Mónica Pérez García), estén hartitas de poner dietas a gente que dice que no le gusta cocinar, pero yo no soy nutricionista y, afortunadamente, a mí solo me piden consejos dietéticos (y yo las derivo). Y no: cocinar no es pasar un filete por la sartén y rajar un tomate con un poco de sal. Yo también vengo de allí: de la carnaca y las judías verdes congeladas una vez al año, de los guisantes congelados hervidos en medio litro de agua, de aquella coliflor que compré una vez y olía fatal; esas cantidades ingentes de lechuga iceberg -que no es lechuga ni es nada. Y yo la comía sola, señores. Sola. ESO. Dios-. Y pasta con tomate y atún. O arroz con tomate y atún. Y para qué vamos a pedir una ensalada en un restaurante pudiendo comer esa exquisitez que son las patatas fritas congeladas con seis salsas de bote. Un bocadillo para cenar. Otro tomate en rodajas (durante años, mi concepto de «comer verdura» ha consistido en «tomate»), con orégano a veces en un alarde de «esta noche me lo curro»: el chorro de aceite de oliva virgen extra ya era nouvelle cuisine.

Harira. Otoño e invierno significan harira.

No soy nada new age. Vaya eso por delante. Pero, como hay veces que hay que reventar por algún lado, hace no sé cuántos años me diagnosticaron colitis ulcerosa (algún día descubrirán de dónde viene y yo pensaré que tenía razón) y dos cocineras veganas llegaron a mi vida, con sus recetas sólidas (nada de «un puñado de esto» y «fríe hasta que se poche»), sus especias, sus sabores de todo el mundo y todos esos ingredientes que, oh maravilla, se podían encontrar en el supermercado o en la frutería. Berenjenas, champiñones, coles, tofu, sésamo, pipas de calabaza, pasta, arroces, canónigos, berros, avellanas, anacardos, quinua y mijo y trigo y cebada y harina y alcachofas y… No soy nada new age pero a veces me pregunto de qué manera hubiera seguido yo tratándome mal (comer mal es maltratarse) si no tuviera una enfermedad crónica.

Cocinar lleva tiempo. Todo en esta vida lo hacemos contra el tiempo y, sinceramente, hacemos demasiadas cosas que no son tan gratificantes como comer lo que uno mismo ha cocinado y que, además, esté rico. Cocinar lleva tiempo y, cuando uno se aventura, comete errores (por ejemplo, jamás se os ocurra echarle jengibre fresco a una salsa de tomate frito. No lo probéis siquiera: fiaros de mí, no está bueno). Hay que ir a comprar, hay que planificar un menú, hay que comprar cuchillos buenos y buenas tablas de cortar y picar cebolla y ajo y limpiar setas y preparar un cuenco con especias y esperar a que la comida se haga o a que un pan leve.

Jamás voy a ser tan impúdica o tan valiente o las dos cosas a la vez como para contar por qué, durante mucho, mucho tiempo, a mí me costaba la misma vida meterme en una cocina. Pero me costaba. De las 200 entradas que tiene este blog hasta la fecha, al menos 198 las he escrito con mucho esfuerzo. Mucho. El resto y las que vengan después ya no. Al resto no le va a costar tanto como a mí tener ganas de encender los fuegos, lo aseguro. Y, cuanto más enciende uno los fogones, más quiere experimentar, más libros compra, más investiga por internet y más aprende. Es decir, que si yo, que me he puesto a comer bien y a cocinar casi a los 40 (ah, la vida empieza a los 40, pero no sé por qué nos hacen venir con tanta antelación, Mafalda dixit), el resto también puede. Y sí. Cuesta trabajo (pero ya no, ya no me parece un trabajo). Como tantas otras cosas. Cambiar de hábitos exige un esfuerzo. Pero luego, el esfuerzo se transforma en cotidianeidad… y una se encuentra intentando hacer alquimia y adaptando recetas que parecen apetitosas.

Y está siendo francamente divertido.

¿Quieres comer bien? Enciende los fogones

14 comentarios en “¿Quieres comer bien? Enciende los fogones

  1. A estas alturas todavía me maravillo del cambio espectacular que has dado desde que te conocí. Creo que Mónica (¡¡la voy a conocer mañana!!) estará de acuerdo en que una de las mejores cosas de nuestro trabajo es ver este tipo de cambios, personas que llegan con la idea de que una rodaja de tomate es una ración de verdura y a los pocos meses te están enviando por whassap fotos de sus platos y vienen a la consulta con las recetas impresas para que las pruebes y encantados de haber descubierto un mundo nuevo.
    Enhorabuena, Olga!

    1. Bueno, a ver, que yo nutricionalmente estoy más suelta últimamente que nada… pero con visos de mejorarme, que llevo un año perdida perdida (vale: TODO A LA VEZ NO SE PUEDE). Ay, comer cositas ricas y cocinadas por ti. Qué bien. Me encanta que os guste.

  2. Chus dijo:

    Sigo tu blog desde que Juan Revenga te mencionó en el suyo y sueles dar en el clavo, en mi humilde opinión, siempre. Hoy no es una excepción. Cocinar lleva tiempo. Y esfuerzo. Pero también es gratificante, sobre todo cuando empiezas a ver resultados ya no solo en la mesa y en el placer de comer, sino también como un divertido pasatiempo y hasta un reto en según que ocasiones. Pero es que resulta que en esta vida no hay nada que realmente merezca la pena que no conlleve un esfuerzo para conseguirlo.
    Lo mejor de los errores en la cocina es poder convertirlos en anécdotas además de en aprendizaje, como con todos los errores. Y yo he tenido unos cuantos, como todo el mundo cuando se aventura en algo.
    Dice Arguiñano que por la boca entran tanto la salud como la enfermedad, y estoy de acuerdo con él. Y contigo en que el primer paso para comer bien, sin duda ninguna, es encender los fogones. Ahora, en algún momento, me animaré a probar alguna de tus recetas ;o)

    Felicidades por tu blog y cuenta con un seguidor incondicional siempre que sigas con él.

    Un saludo.

    1. Ay, no sé por qué, siempre había pensado que eras chica. Quizá porque la única Chus que conozco es chica!

      Me encanta lo que me dices. Y sí, de fiascos en la cocina (unos raviolis, la salsa de tomate con jengibre, el primer tofu que hice) yo también tengo muchos. Creo que lo que comemos también nos define. Comer mal es tratarse mal y faltarse al respeto: me refiero a comer mal siempre. Porque comer una ración de tarta de tanto en cuanto es un placer…

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