Siete años de Ororo

Sigues trepando por mi espalda o saltando encima de ella y dejándomela llenita de arañazos. Como si fueras un cachorro. A las siete de la tarde, poco más o menos, te pones a saltar y a brincar, con las orejas hacia atrás y la cola gorda, zurrando a Huck y pobre de mí como se me ocurra pasar por el pasillo en esos momentos. Todas las mañanas te pones en mi hombro, a darme con la cabeza y a decir Prrrr prrr, que es lo que más dices (salvo cuando gritas porque quieres comer y ya no hay comida, porque eres pava y se la comen todos antes que tú: no puedo entenderlo, con el genio que tienes) porque quieres amor y caricias y apoyarte contra mi mano y chuparme la cara y lamerme el cuello, porque siete años de lactancia prolongada no han sido suficientes.

Ororo

Sigues siendo la gata más unida a mí y la más independiente. Puedes pasar horas en el cuarto del ordenador, mientras estamos todos en el salón, pero no perdonas un rato de juegos. Al final siempre pienso que animales y humanos se parecen, como dicen de los perros. Y en eso, tú eres muy parecida a mí.

En lo gordo soy como Breíta, pero no se puede tener todo.

Feliz cumpleaños, Ororito.

Siete años de Ororo

Feliz lustro

Todos queremos ser Huck, dice una amiga mía. Yo sí, desde luego. Huck duerme tranquilito, se entretiene con cualquier chorrada que ocurre (una mosca que pasa, una pelusa, un cepillo, un papelito que se ha caído al suelo) y, cuando quiere amor, se coloca justo debajo de mi cuello (sí, es su sitio favorito), de lado a lado y se queda ahí un ratito, siempre más o menos corto, hasta que se va. Luego demanda cariño saltando y brincando para que le acaricie.

Aquí, cuando yo pensaba que le iba a acoger. Qué ilusa

Llegó así y yo quería acogerle.

Nunca se me han dado bien las acogidas. Coyote era acogida. Por cierto, está en remisión desde hace algo más de un mes. No es una remisión fuerte, porque su glucosa no baja de 100 y a veces me da sustos bebiendo más de la cuenta, pero está en remisión, jugando con Huck y saltando a la lavadora a pesar de su artrosis. Ya he aprendido que a los gatos hay que alimentarlos con comida húmeda baja en hidratos de carbono, menos de un diez por ciento, así que ahora todos comen lo mismo y han dado un cambio brutal.

Huck sigue igual de trasto que cuando llegó: es un cachorro eterno que se tira a pulso a la cama y me provoca microinfartos y luego me planta el culo en la cara porque me considera de su familia.

Hoy es su cumpleaños y la fecha de su cumpleaños siempre se me olvida porque son dos días: el 9 y el 10 de agosto, cuando comencé a moverlo todo para que se quedara en mi baño… y en mi vida.

Te quiero con locura.

Feliz lustro

White wine in the sun

I really like Christmas: it’s sentimental, I know, but I really like it.

Adoro a Tim Minchin. Esta canción me la recordó Victòria, una de las cosas buenas de este año horroroso que se acaba, charla va y charla viene, regalazos incluidos, uno de ellos en forma de niña de cuatro años, que me cogía de la mano para bajar por las escaleras del Albaicín y ayudarme.

Me gusta mucho el concepto de la espera (cuando es gozosa, claro: lo otro es agonía): sentarse a tomar un vino blanco al sol mientras llega la gente que tiene que venir por Navidad. Mi Navidad está siendo caótica, con un gato que ayer, día 28, y no es una inocentada, cayó a 29 de glucosa. En el foro de gatos diabéticos lleno de americanos y australianos e ingleses en el que estoy, Amy cree que fue una medición errónea. Ahora yo también lo creo, pero le di miel y comida alta en carbohidratos antes de medir otra vez. Moraleja: silbadme si tenéis un gato diabético. He aprendido más sobre diabetes felina en 15 días de lo que sé de cualquier otra cosa, lo juro.

Total, que son las 3:25 del recién estrenado 29 de diciembre y yo estoy aquí, que le he cambiado la insulina por la tarde y estoy haciendo una curva de glucosa por si las moscas, a pesar de que las primeras 72 horas con Lantus no son fiables del todo. Tiene las orejas, el pobre, llenitas de picaduras. Y no se queja. De hecho, a las 6 de la mañana y a las seis de la tarde, se va a la cocina porque sabe que le toca testar.

No sé cuánto vivirá, porque le voy notando los achaques: la artrosis, el pelito ralo (eso también es de la diabetes).

Coyote

Podría hacer balance. Comencé el año con un brote de colitis ulcerosa leve, que se transformó en grave justo cuando nos confinaban y yo debería haber estado en un hospital. Ni fuerzas para aplaudir a los sanitarios a las 20 h. tenía yo. Ni para cocinar. Ni para nada. Anémica perdida, llegué al adalimumab en forma de inyecciones, pero sigo esperando que me vea el reumatólogo porque parezco una suerte de Frankenstein cada vez que me levanto de una silla. En este periplo, he compartido experiencias médicos de varios hospitales españoles y con una americana. Gracias, internet, que no solo permites eso, sino también que una mujer argentina en Alemania, una alemana que se llama Sonja (como mi personaje favorito de Conan), una señora neozelandesa, un par de yankis de edad provecta y algún inglés estén pendientes de Coyote, aconsejando sobre las dosis y sobre el manejo de episodios raros al instante.

He llorado lo indecible en ese foro, vive Dios. He acabado el año llorando gracias a la amabilidad ajena. Agradeciendo y odiando a partes iguales que Ororo no me deje ver una película sin ponerse delante de mi cara las tres cuartas partes del tiempo. Vigilando a Brea, a ver si adelgaza con la comida húmeda a libre disposición y a ver si encuentro una comida húmeda que les guste de verdad. En Navidad. Con los repartidores a tope porque todo en mi vida ocurre en el momento oportuno.

Qué raro, desesperante y qué mal acaba este 2020. Tampoco creo que el año que viene vaya a ser mejor, pero se vino Josemari a comer y celebré mi Navidad el día 26 y el 25 vi, por fin y por primera vez, Qué bello es vivir.

Cartel de Qué bello es vivir. Gracias, Frank Capra.

El resto del año lo he ido contando en otras entradas. Ha habido bodas, copas con los amigos, conciertos de la Orquesta de Extremadura (menos que otros años, por razones obvias), nuevas incorporaciones, despedidas y una pandemia mundial y un brote de colitis ulcerosa y ansiedades y dejar de fumar y sobrevivir como se pueda. Porque, al final, el logro más importante de este año ha sido la supervivencia. Y, además, medio cuerdos y todo.

Como para no creerlo.

White wine in the sun

achaques y gorduras

Coyote, todo sexy

Tienes 13 años. Hoy cumples seis conmigo. Eres mi gato viejito, con artrosis, al que le pincho, desde hace una semana, dos dosis diarias de insulina porque no tienes cáncer, estás activo, saltas y brincas a pesar de la artrosis, tu nariz está (casi) siempre húmeda, pero eres mayor y empezaste a beber y a hacer pis más de la cuenta y zas: diabetes. A ver, yo rezaba porque fuera diabetes y no problemas de riñón, pero ojalá hubieras estado sano durante medio siglo.

Eres mayor y te ha dado por sentarte justo debajo de mi cuello, como hace Huck, para lamerme la mejilla. Y yo no paro de pensar en lo rápido que se me han pasado estos seis años.

Coyote, Brea y Huck

He dejado de dormir con vosotros, porque no me dejáis moverme y me duelen mucho más las articulaciones, pero a ti te llevo a la cama algunas veces. Realmente, lo de dormir ha sido cosa del pelirrojo, que se aburre soberanamente con cuatro gatos en casa porque él necesita mambo y droga de la buena y se pone a intentar abrir los cajones (he vuelto a comprar protectores) a las dos de la mañana, o a dar por culo a las cinco. Ahora llama a la puerta maullando a las seis menos diez, sea fiesta o fin de semana, pero algo he ganado en calidad de vida. Y estoy de mejor humor.

Coyote y Ororo en la manta que me regaló Sandra en mi primer ingreso hospitalario, chispas

Hoy es día de celebración, de todos modos, y no de penas anticipadas, aunque es cierto que ahora te beso más veces que nunca, repetidas veces, como dicen que hacen las abuelas y miro con preocupación las veces que te acercas a la bañera, a donde antes solo iba Breíta a beber.

Breíta

También hace seis años que Brea llegó a casa y ahora la miro también mucho, preocupada, porque está gorda como un trullo (yo siempre quise ser Ororo, me digo: tan estilizada, tan activa, tan musculosa… Pero soy como Breíta: la ballena varada que quiere que la dejen en paz y que es cariñosa cuando a ella le apetece) y no sé si ponerla a dieta para que pierda alguno de esos siete kilos y se le vea la cinturilla, porque también bebe mucho, pero a ésta, si la encierras para pesarla, te monta el pollo y maúlla y se estresa que se le pone la glucosa por las nubes, lo mismo que si la coges, que no quiero ni pensar en cómo lo haría para pesarla cada doce horas.

Las mejores amigas del mundo, Breíta y Ororo

A Coyote le gustan las chuches, el jamón, las gambas, meter el morro en mi plato de comida lo mismo que Brea y Huck lo meten en el del desayuno, que a veces me he tenido que ir a la cocina para comer tranquila mientras pensaba que no puede ser que un gato me haga a mí esto en mi propia casa. Le llamo a veces solo para ver que es el único que atiende a su nombre (venía enseñado de la otra casa) y hundo la nariz en su pelito, que huele siempre a suavizante.

Breíta no se deja oler, pero te muerde la manga para decirte que te quiere.

Feliz cumpleaños, bonitos. Qué suerte tengo de conoceros.

achaques y gorduras

Este inexistente 2020

Ya ni recuerdo cuando me pasaba las horas escribiendo sobre este tiempo líquido, en pleno brote de colitis ulcerosa, agotada del todo. Siempre me digo que pago un servidor y que debería escribir más y luego pienso: quién demonios va a querer ver recetas de cocina, con la de blogs tremendos de recetas que hay por la web.

Este 2020 pasará a la historia porque alguien me preguntó qué había hecho mal, se lo dije, se ofendió muchísimo (hay mucha violencia en hacerse la víctima en esos casos y yo, de violencias, este año, ya he ido servida: mi intestino la ha ejercido toda) y se fue. Yo me quedé muerta, porque obviamente esperaba un «no me he dado cuenta, lo siento mucho» y aquí paz y después gloria.

Imagen de G-Educainflamatoria

Moraleja: cuando alguien esté enfermo, muy enfermo; muy, muy enfermo, no escribáis todos los días para que os dé el parte médico, para decirle si tiene o no que llamar a su doctor, para decirle lo que tiene que comer y lo que tiene que hacer. Sobre todo si no sois digestivos ni nutricionistas especialistas en tripas y, sobre todo, si la persona ya tiene un tratamiento y una nutricionista especialista en tripas. Es victimizante. No transforméis a vuestros amigos en enfermos. Ya están enfermos. Dejadlos en paz. Id a su casa a hacer de comer y a limpiar. Si no podéis, mandáis comida. A mí me han mandado comida mis amigos. Correos funcionaba. Pero no deis el coñazo, suspirando y gimiendo. Hacéis más mal que bien. Yo tenía ataques de ansiedad cada vez que veía el WhatsApp. Otra vez toca hablar de cómo estoy y cómo dejo de estar. Que no sé si alguien piensa que hay cambios radicales cuando llevas un año con un brote. Spoiler: no.

Mi predictivo me conoce tan bien que, si quiero poner «hasta mañana», en cuanto ve «hasta», me sugiere «el coño».

Pero ha habido nuevos encuentros. No hay nada como conocer a gente nueva que vive en tu misma ciudad (y de la que tiras si tienes un pájaro en la campana de la cocina) para comer tarta cuando los gobernantes nos dejaron salir. Nunca estaré suficientemente agradecida.

Y, además, me lleva a sitios que no conocía, a pesar de llevar casi 15 años viviendo aquí

Este año ha habido más cambios. Dejé de fumar. Engordé. Se me hincharon todas las articulaciones: parezco Frankenstein cuando me levanto de la silla, toda agarrotada: es parte de la colitis ulcerosa. Retomé el deporte, intermitentemente. No puedo ir a ninguna parte a hacerlo, porque sigo con inmunosupresores (que, por cierto, deberían haber funcionado con mi inflamación, pero no lo han hecho, y el reumatólogo sin verme), pero lo hago en casa, con las pautas que me puso mi entrenador. Y ya no me peso, porque, como dice mi amigo Carlos, pesarse es muy de los noventa.

Este 2020 lo ha ocupado el cuerpo. La relación con el cuerpo. Las goteras del cuerpo.

Es Navidad desde primeros de mes

Cocinar, entre poco y nada. Unos meses porque no me podía ni mover, menos aún levantarme para cocinar y otros por pura pereza. Ahora solo pienso en el menú de Navidad y de Nochevieja, a ver qué me invento, porque voy invitada… y no sé si lanzarme a preparar licores y turrones. Porque yo no debería beber, pero alguna copa me tomaré, que tengo unas ganas locas de despedir este año de mierda.

En eso no soy nada original. Nos pasa a todos desde mediados de marzo.

Este inexistente 2020

Seis eran seis

La maja desnuda

Hace nada, me fui a Sevilla y Granada de vacaciones (tengo pendiente post de exquisiteces y algo más), a ver a los amigos, varios días, más de los que he estado fuera otras veces. En uno de los vídeos que me mandaron los chicos de Can de Luna, que se ocupan de mis gatos cuando yo no estoy, se ve a Ororo refregándose contra la reja de gallinero que tengo en la puerta, pidiendo amor.

Desde que llegué, no para de mamar. Su madre la repudió cuando era pequeña, así que ella mama. Hasta que me destroza el cuello.

Así todo el día

Tenemos nuestros ritos. Si está excitada y yo camino por el pasillo, me agacho porque sé que quiere trepar por mi cuello. Generalmente, se larga sola a la habitación y viene cuando quiere socializar. Salvo ahora, que no se despega de mí porque tendría mono de no haberme visto. O eso quiero pensar.

Este año 2020, que está siendo tan horroroso en tantos aspectos de mi vida, estar con ellos (a pesar de mi irritabilidad, que ha sido estratosférica; a pesar de mi brote, que me ha tenido en estado semicatatónico) me ha anclado más de lo que hubiera pensado nunca.

En la mesa, mirándome mientras trabajo

Ahora está aquí, detrás de mí, sentada en una manta porque ha comenzado el frío casi de golpe. Ya comienza a meterse debajo de las sábanas (para afilarse las uñas con ellas, todo sea dicho: si tenéis animales, lo material pasa a quinto plano, aunque yo siga mirando las fotos de decoración) y a acurrucarse debajo de la manta de mi sofá, sin dejarme mover las piernas.

Feliz cumpleaños, preciosa mía. Te quiero con locura y te mereces doble ración de chucherías hoy.

Ayer mismo, con Breíta
Seis eran seis

Por qué comes como comes

Portada del libro encima de mi manta y mi cojín

He salido del confinamiento con 800 kilos más, una artritis autodiagnosticada (pero que me tienen que diagnosticar oficialmente) y sin haberme cuidado un carajo. Hasta el gazpacho lo he comido de bote. García Millán, exquisito y para un apaño, pero no para todos los días.

Ahora, con mucha calma y tranquilidad, estoy retomando los buenos hábitos. He comenzado, despacito, a hacer deporte; he comprado ropa para el invierno, porque la que tengo no me cabe y habrá que vestirse igual y cocino rudimentariamente (esto quiere decir que cuezo patatas y zanahorias al vapor para ensaladas).

En medio, como proyecto, me he ido leyendo este libro: «Por qué comes como comes«. Es de Victoria Lozada y Carlos Moratilla, nutricionista y psicólogo especializado en trastornos del comportamiento alimentario (TCA) y adicciones.

Comer es, también, un aprendizaje. No todo es comer emocional y de ese tema, que me interesa cada vez más, hablan también en este libro. Creo que se habla mucho de que uno come «porque hay temas no resueltos» y no de ese comportamiento que te hace comer compulsivamente sin razón alguna, como se drogan los yonquis, solo porque te gustan determinados sabores.

Agradezco, además, que no haya frases del tipo «conecta con tu cuerpo», que a mí me ponen enferma. Hay mensajes de las personas que se dedican a trabajar con trastornos alimentarios que a mí me parecen muy paternalistas, muy infantilizadores, cuando la realidad es, más bien, esta: «Mi TCA ocupa el 70 por ciento de mis pensamientos diarios».

Por esas razones adoro este libro.

Nos muestra que comer es un acto que desarrollamos en un determinado contexto, uno distinto cada vez; que sí hay un comer emocional que se aprende; cómo se generan y mantienen los hábitos y por qué no podemos parar de comer (o de pensar en comida o de reprimirnos para no comer, que a mí me parece que tengo con la comida la misma relación que tenía con el tabaco… cuando estaba dejando de fumar, con la diferencia de que no puedo dejar de comer). Habla de por qué fracasan las dietas y del perfeccionismo, la rigidez, el autocontrol y la conducta alimentaria.

Es un libro para leer despacito e ir apuntando conceptos y reflexiones: ¿Por qué yo como así? ¿Qué puede haber influido en mi infancia para que me gusten unos sabores y no otros? ¿Es mi rigidez la manera más rápida de tener atracones? A quién no le suena eso de: pues ya que me he saltado la pauta a la hora de comer, porque me coma estas patatas ahora no pasa nada, porque total, ya la he cagado antes. Si analizo mis contextos y mi modo de reaccionar, ¿podría aprender a detectar cuál es el momento en que voy a empezar a comer de más y a poner remedio? ¿Sería capaz de modificar mi comportamiento?

Si veis que no podéis solos, buscad un psicólogo especializado en TCA.

Enlaces:

Por qué comes como comes. Este es en un enlace a una librería, para pedir que compréis el libro en librerías, que Amazon ya es muy rico. Si lo queréis ver en la página de la editorial, pinchad aquí. Jana Fernández realizó un podcast con ellos dos, que podéis escuchar aquí.

Páginas y redes de Victoria Lozada: Web, Facebook, Twitter, Instagram, LinkedIn, Pinterest, YouTube.

Páginas y redes de Carlos Moratilla: Movêre Psicología, Facebook, Twitter, Instagram, LinkedIin.

Programa de Las Perras de Pavlov con Carlos Moratilla hablando sobre drogas.

Entradas sobre nutrición.

García Millán.

Por qué comes como comes

El eterno cachorrito

Cajas y gatos

Hace cuatro años, me mandaron una foto de un gato astroso que intentaba lavarse y que acabó en mi baño porque… porque tenía cara de asustado y me dio una pena tremenda. Le busqué casa hasta que descubrí que, cuando le acercaba un dedo, se daba la vuelta para lamérmelo y me enamoré.

Desde esos 15 días en el baño, que he contado en varias ocasiones, este gatito y yo nos hemos ido conociendo. Ahora sé que se tira a plomo desde la estantería a mi cama, haciéndome saltar a mí también. Sé que se lava a todas horas. Que, en algún momento, va a venir a sentarse 10 minutos en mi regazo y que esos 10 minutos van a ser los más preciados. Que luego trepará a lo más alto y que, si acerco el móvil o la cámara para hacerle fotos, se acercará a olisquear.

Qué limpio es mi gatito

Llegó el último a casa y se puso a ocupar todo mi corazón, con esa alma de payaso que tiene y su manía de intentar abrir la puerta del armario para sacar toda la ropa y rebozarse en ella (es experto en estos menesteres). Tiene todos los ingredientes que hace que a mí me guste cualquier ser viviente: es cariñoso a ratos, besa mucho, es limpito, es curioso y es un gamberro.

Jugando sin parar, fíjense en la cola gorda…

Hace cuatro años que llegó. Cuatro años justos que se me han pasado volando porque sigue siendo un eterno cachorro. Hemos vivido, en este tiempo, varias muertes importantes (cuando murió mi padre, se pasó la noche lamiéndome la cara) y una pandemia y un brote grave de colitis ulcerosa que hubiera sido mucho peor sin él y sin Brea y sin Coyote y sin Ororo.

Felicidades, amor mío. Qué suertuda soy.

El eterno cachorrito

La boda del año

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Así comenzó. Era la boda del año, la que llevábamos esperando algún que otro lustro y la que más ilusión me hacía, sin duda alguna.Se casaban dos de mis mejores amigos y yo oficiaba la ceremonia.

Israel y Ángel, molones con sus mascarillas

Israel y Ángel son muchas cosas por separado y muchas cosas juntos también. Israel investiga la cultura popular: es periodista, es antropóloga y es experta en leyendas y misterios y ritos de la región, de tal modo que relaciona narraciones del norte de Extremadura con otros mitos que se cuentan en Europa central. Ella me ha enseñado que lo popular es cultura al mismo nivel que lo es Shakespeare. Todo lo que sé sobre brujas, magas, hechiceras, lobisomes y confesionarios de piedra caliza se lo debo a ella.

Yo oficiando

Ángel ha conseguido que señoras de 70 años vean películas en versión original y se hagan socias del cine club. Es comprometido socialmente (un Orgullo sin Ángel no es Orgullo), es un magnífico organizador, está pendiente de todo y conozco a pocas personas que transformen su localidad y a las personas que viven en ella de una manera tan profunda.

Viendo a quienes les rodean, cómo se han implicado con la boda (decorando, comprando ramos, estando pendientes de todas las necesidades) he pensado en esa urdimbre que hace que la trama se mantenga a lo largo de toda la vida, de ese modo en que uno no sabe siquiera cuándo fue el primer encuentro, cómo se comenzó a quedar, qué fue ocurriendo para que a un día siguiera el otro.

Mamen Briz (primer Goya extremeño) contando anécdotas de su hermano

Altavoces, maquillaje, copas de vino, comidas a mediodía, rizos definidos, pestañas postizas, ponme natural, ponme lo más excesiva que puedas, corazones con arcoiris porque el día siguiente era 28J y había que celebrar Stonewall, champán, más champán, mucho champán, muchas risas y mucho hablar.

Pero este es un blog de cocina y comimos en el Parador. Este fue mi menú y el de Altea, que es la hija de Israel.

Y dos días de recuperación, porque ya tenemos una edad. Una edad magnífica, pero una edad algo… mayor, podremos decir. Una edad de esas de las de ahora que de todo hace ya 20 años.

Pero no importa.

Nos quedan muchos más años juntos.

Jimber y su hija

Sí: es el fotógrafo: el padre de Israel, que además es pintor. Si no conocéis su obra, estáis tardando. Yo le adoro.

Adoro las bodas. Supongo que es porque solo voy a las bodas de gente a la que amo.

¡Vivan los novios!

La boda del año

Todas las fases del duelo

El duelo no tiene fases. No como todo el mundo las dice. Sí, te cabreas. Sí, lloras mucho. Sí, dejas de llorar. Sí, lo niegas, cómo me puede estar pasando esto. Y luego vuelves. Y recuerdas cosas muchos días. O te descubres pensando: «Esto te lo hubiera contado». Y, sin venir a cuento, en cierto sillón de Granada, ves que puedes llorar lentamente, como lloran en las películas.

Klaus (Joseph Morgan) y Elijan (Daniel Gillies) brindando

He visto estos días una serie de estas destinadas al público adolescente, de vampiros (pasé años queriendo ir a Rumanía contigo: Transilvania es uno de los viajes que se nos quedó pendiente. Iré con Mariana y los niños: creo que te lo debemos todos), hombres lobo, brujas, en Nueva Orleans (también estoy enamorada de Nueva Orleans) que en realidad se rodó en Georgia, pero no importa porque sale Jackson Square y hay relaciones complejas y un tipo que busca redimirse y una psicóloga que te diagnostica en cuanto te ve, pero que me cae muy bien y hay muchas pérdidas y hay entierros y una madre le dice a su hija que ojalá viva al menos una gran historia de amor.

También hablan de que no hay una manera correcta de despedirse. Yo hice que una de tus hijas sacara a tu madre de la habitación del hospital (tu madre, ya sabes: esa yegua). Y solo te miré, sin creérmelo, y sonreí todo lo que pude para que los niños no notaran nada y nos fuimos a los bares de la plaza de toros y nos reímos y se pelearon y fue casi como un día normal, salvo que, cuando tu mujer me pidió que los llevara a casa, yo sabía que no te vería más.

Recuerdo la sonrisa de Martina. Sigue recordándome a ti de una manera que a veces me resulta dolorosa.

Ojalá hubiera podido hacer las cosas de otra manera. Ojalá yo no fuera yo ni tuviera mi historia, una historia de la que he descubierto los mecanismos a trompicones en los últimos años, esos años en los que hablo con tus hijos todas las semanas («qué bien que ellos tengan una amiga como tú») porque una vez me rompí y tú me dijiste: «Está bien que seas pequeña«.

Están creciendo bien. Son personas decentes, para empezar. En estos dos últimos años y pico han crecido mucho. Han crecido bien. Te gustarían. Estarías muy orgulloso de ellos.

Están vivos, están sanos, van descubriendo amores, están forjando relaciones, descubriendo otros cuerpos.

Cristina sigue al lado de Miriam: «Mientras tu hija tenga al lado a Cris, y viceversa, no me preocuparé», te prometí un día.

Un año de estos iré al Orgullo con Marcos. Este año no será: estamos encerrados. Hay un virus en el ambiente.

En fin. Que te echo de menos. Que llevo tres días echándote mucho de menos y llorando como si acabaras de largarte. Ojalá hubiera una vida después de la muerte en la que pudiéramos bajarnos al Sancho y beber vino y desayunar churros en Bib-Rambla.

Todas las fases del duelo